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  • Ernesto Tello García

El HORNO de CODES...

El Horno de Codes, otra construcción característica, de las de antes, que nos muestra otra de las costumbres más fundamentales y cotidianas de nuestro pueblo, la ELABORACIÓN DEL PAN, sustento principal de las familias, en épocas de necesidades y penurias, donde un trozo de pan era parte más que principal de la alimentación diaria…


Las noticias actuales nos indican la posibilidad de que el actual recinto del Horno sea rehabilitado este año para uso de “servicios múltiples”, recuperando su techumbre e incluso con cuartos de baño.


Por ello queremos dar a conocer su historia y como se realizaba en él una de las costumbres más importantes del pueblo, la elaboración y cocción del Pan…

 

Todo excelente pan precisaba de un buen Horno para su cocción y un cualificado amasado y elaboración, esto último tarea de las mujeres del pueblo.


Pero antes de indagar en cómo las mujeres del pueblo, nuestras madres y abuelas, elaboraban el pan, debemos conocer un poco acerca de la edificación y de su gestión municipal y funcionamiento.

 

LA CONSTRUCCIÓN


Su solar, de planta rectangular, es lo único que se conserva, y se encuentra actualmente en el primer tramo de la Calle Castillo, en su lado izquierdo. En su estado, y con sólo cuatro paredes, nos encontramos en una situación en la que no es posible imaginar cómo era antiguamente.

Debemos visualizar una edificación con dos estructuras claramente diferenciadas, la zona de trabajo con el Horno y la zona de almacén/leñera, donde se acopiaban una gran cantidad de aliagas, y en menor medida madera, combustibles principales para calentar el horno. La disposición del tejado hacía que la altura de la zona de trabajo fuera superior a la de la zona de almacén.

El suelo de la zona de trabajo y del Horno se encontraba empedrado de losas de piedra, no así el almacén para las aliagas y madera cuya superficie era de tierra. En los laterales se situaban largas encimeras de madera, así como una mesa grande, en el centro, y que era el lugar principal para la elaboración del pan.


Mención especial hacemos de la cubierta interior de la construcción, que era en su totalidad de “teguillos” de sabina, en un perfecto orden, algo diferente de lo que sucedía en el resto de edificaciones del pueblo. Y más aún distinto, era su disposición del tejado, a tres aguas, posiblemente la única construcción con esta característica en el pueblo.


Distintas vistas y detalles de la Techumbre y Cubierta del Horno

La estructura del Horno se encontraba en la parte posterior de la construcción. Era un recinto no accesible y situado entre los muros de piedra. Constaba únicamente de una abertura al horno delimitada por cuatro grandes piedras. Exteriormente un tiro de chimenea recogía el humo y lo canalizaba fuera de recinto.


Detalles del exterior del Horno, dentro de la zona de trabajo

El interior del horno estaba construido en grandes “piedras de arena”, especiales por “guardar la calor”, y era abovedado, de al menos cuatro metros de ancho por casi tres de fondo, suponiendo una superficie que rondaba los diez metros cuadrados. La altura de la bóveda apenas sobrepasaba el metro, y encima de esta y hasta el tejado se encontraba cubierta de arena. Esta disposición de formas y elementos era idónea para conseguir y mantener durante un largo tiempo una alta temperatura que facilitara las labores de cocción.

Características del Horno de Cocción

 

GESTIÓN MUNICIPAL


Como otras actividades fundamentales del día a día, los medios y la gestión de esta eran municipales, y los administraba todo el pueblo.


La tradición dictaba que la gestión del Horno se subastaba el día de todos los Santos (1 de noviembre). El candidato que más ofertaba quedaba a cargo de su correcto funcionamiento durante los dos o tres próximos años. En este acto se acordaban y fijaban los aspectos principales, y con ellos el coste que se debía cobrar a sus usuarios. Como celebración de la concesión conseguida, el Hornero invitaba al pueblo a vino y cañamones.

 

EL HORNERO


Varias eran las tareas que realizaba el Hornero.


Si así se acordaba en el momento de la concesión, era este el que se encargaba de suministrar las aliagas que servían como combustible y que se amontaban en un gran número, y hasta el techo, en el almacén situado al lado derecho de la construcción. Con la mula y en “gavillas” el hornero recorría la zona de La Solana, y resto del término, rebuscando las aliagas en el monte.


Era el quien daba los turnos para las cocciones y avisaba del encendido del horno, en la madrugada, a los que tenían vez para que así ocuparan sus puestos. Dirigía la temperatura del horno y la entrada y salida de los panes para su cocción.

 

JORNADA DE ELABORACIÓN DEL PAN


Cada una de las dos hornadas diarias contemplaba la posibilidad de elaborar de 60 a 80 panes, y se extendía en el tiempo al menos tres horas. En ambas, al menos seis o siete familias realizaban la cocción de sus elaboraciones. Si la demanda lo exigía, y en casos excepcionales, se programaba una tercera hornada.


Debemos partir de que la elaboración era una tarea exclusiva que recaía en las mujeres del pueblo, como tantas otras, y que eran ellas quienes estaban presentes en la casi totalidad de los procedimientos necesarios de su fabricación.


La tarde anterior se iba al hornero a pedir la vez, y si la había, se volvía a la casa y se preparaba todo para elaborar la masa. Al final de la tarde se mezclaba el “reciento” con agua caliente y sal. El reciento era masa guardada de la anterior cocción que se había realizado, y que con el paso del tiempo había fermentado.


Entre las dos o cuatro de la mañana empezaban las hornadas. Las mujeres se levantaban de madrugada y en su casa ponían una caldereta con agua a calentar, y así comenzaba el proceso de amasado del pan, que se realizaba en una artesa, mueble rectangular de madera, con tapa, similar a la vista a una mesa.

En la artesa se mezclaba el agua caliente, la mezcla del reciento, sal y harina, normalmente una talega (de 50 a 55 kilos) con los que podían elaboran unos 26-28 panes, y se amasaba y trabajaba largo tiempo para que así la masa creciera y se lograra un pan “hueco”. Quien no lo trabajada correctamente, o bien lo hacía rápidamente, obtenía un pan “falto”, poco crecido y con manchas oscuras. Una vez se tenía la masa se pasaba a una cesta y se depositaba sobre un conjunto de telas, cerrándose estas sobre la masa y comenzando así la fermentación.

A continuación mostramos como era la disposición de ese conjunto de telas, denominado “masera”, en la que se envolvía la masa. Constaba en su base de un paño rectangular, otro encima de igual forma y de tela fina, y en la parte superior uno cuadrado, el llamado masera. Se depositaba la masa sobre el último y se procedía a plegar fuertemente todos de arriba abajo quedando la masa en el interior.

Era el momento de llevar la masa al horno. El hornero acudía a las casas de los que habían solicitado vez y les convocaba para comenzar la hornada. Debido a su peso, existía un útil para ello, el “vallarte”, que era una estructura de madera sobre la que se depositaba la cesta que contenía la masa y que facilitaba su traslado por dos personas. En algunos casos era el hombre de la casa, cesta a la espalda, el que la acercaba hasta el horno.


En el horno se dejaba la masa en la cesta al menos dos horas, donde envuelta en la masera se quedaba “prete” y crecía. La primera familia que llegaba elegía ubicación dentro de la zona de trabajo, por lo general la más cercana al horno. Al poco de llevar la cesta, el hornero procedía al encendido del horno con aliagas, al menos con 8 “gavillas” y que era la carga que una mula podría transportar, para que este fuera cogiendo la alta temperatura que iba a ser necesaria. Las familias volvían a sus casas y hasta al menos dos horas después no se volvía al horno, que era cuando este ya empezaba a alcanzar su temperatura idónea. Mientras el hornero “barría” el horno y acumulaba los rescoldos de las aliagas en su lado izquierdo, las mujeres procedían a realizar bolas de masa, trozo a trozo, que se volvía a trabajar y se colocaba en telas largas en las encimeras dispuestas para ello, tapándose para que la masa no se “resfriara” y volviera a crecer.

Como costumbre cada familia de las que conformaban la hornada “marcaba” el pan de una forma diferente, para así diferenciar el suyo posteriormente y al terminar la cocción.

Una vez el horno estaba operativo, se introducían los panes; las mujeres se los acercaban a la pala del hornero, de uno en uno, y por orden de llegada o proximidad. Se colocaban en el interior del horno, sin ningún tipo de orden, al azar, donde se cocían durante un periodo de veinte a treinta minutos.


Terminada la cocción, el hornero los retiraba del horno, y cada mujer depositaba en las encimeras sus panes marcados, y con un trapito y escaso aceite de oliva los frotaba esperando a que enfriaran. Se pasaban a la cesta, de seis a ocho panes, y antes de llevarlos a las casas, se pesaban en una romana para que así el hornero aplicara su tarifa en función del peso de estos.


Cuando se secaba el pan de la última hornada diaria, y para aquellos que podían por su situación, y que habían dejado parte de su masa reservada, se realizaban otras elaboraciones aprovechando el calor residual que desprendía el Horno. Se elaboraban tortas (de aceite y agujeros), a quien le tocaba la Torta que se bendecía y se repartía los domingos en la misa, tostones, dormidos, magdalenas, harinosas cuando la época lo permitía… e incluso alguna que otra patata.


Las familias visitaban el horno cada quince o veinte días, tiempo de conservación del pan. Aunque pasaban muchos días desde el horneado y el pan se “encanecía”, se limpiaba y se comía.

 

ANTIGÜEDAD


Sobre su antigüedad es difícil crear una opinión, pero si hubiera que arriesgarse nos aventuramos a decir que era un edificio de reciente construcción, como muy antiguo de los años diez o veinte del siglo pasado.


Para afirmar esto nos podemos apoyar en los planos existentes de principios de siglo XX, donde la construcción era totalmente diferente en forma y distribución, siendo varios los números de calle que conformaban el conjunto de la edificación.


Plano de 1911 y plano de 2017

Fuentes: Planos del Catastro e Instituto Geográfico Nacional

 

Pero lo que si tenemos claro es el periodo de su desaparición, y volvemos de nuevo a mediados de los cincuenta, años en los que nuestro pueblo se apaga con el éxodo a las ciudades, y donde se pierden todas las costumbres que hacían que funcionara en el día a día.


Atrás queda el bullicio y funcionar del Horno, los cantos del Hornero y las mujeres, las tertulias animadas de sus usuarias... el devenir del día en Codes...


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