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Ernesto Tello García

LA IGUALA


A finales de los cuarenta nos remontan los recuerdos de los antes niños y ahora muy mayores, y que tienen impresas en su memoria las imágenes de cómo se gestionaba la “Iguala de las Mulas” en Codes. Años en los que nuestro pueblo estaba en pleno rendimiento, disfrutando de un gran número de vecinos y con ello del total funcionamiento de todos sus servicios vecinales, que eran gestionados directamente por estos.


Una época en blanco y negro, con las actividades agrícolas y ganaderas como principal sustento de las familias codeñas, y pendientes aún de la llegada de nuevas tecnologías como la luz eléctrica y el teléfono. Es en este contexto donde nuestra protagonista, la mula, era parte esencial en la vida de los codeños, siendo en ocasiones una más en la convivencia de las familias.


La gestión municipal de todos los recursos y necesidades primarias, en el día a día, se realizaba con la participación de la totalidad de los vecinos de la localidad, bien concurriendo a concurso su explotación, o participando por riguroso orden de adra, o como sucede en nuestro caso: constituyendo una asociación o agrupación que los englobaba para protegerlos ante las adversidades y hacerlos más fuertes en la comunidad que formaban.


Hoy en día sería inverosímil esta “comunión” entre habitantes de una misma población en la que el logro de los objetivos comunes a todos se consiguiera con un reparto y participación equitativa y solidaria entre todos ellos. Por eso es fundamental recordar y no dejar en el olvido estas costumbres ya olvidadas que han dado origen a la continuidad en el tiempo del actual Codes.

 

¿En que consistía la Iguala?


En palabras simples y llanas, y que entenderemos, la Iguala era similar a un seguro vecinal para cubrir el siniestro, dígase la muerte, de cualquier mula adscrita a él.


La totalidad del pueblo estaba dada de alta en el seguro, no porque fuera obligatorio pertenecer a este, sino porque a todo el mundo le interesaba.


En una manera inteligente los codeños de antaño pensaron en proteger solidariamente a todas las mulas del pueblo, parte fundamental como veremos de la amplia mayoría de tareas que se realizaban en el día a día. Qué mejor que agruparse todos los propietarios de estos equinos y hacer frente económicamente de forma común a la muerte de cualquier mula de la población; pero eso sí, acorde al valor de los animales propios, es decir, a mayor valor de las bestias propias pues mayor colaboración monetaria en la reparación del siniestro.

Codeño y sus mulas debidamente ataviadas...

Antes de comenzar a indagar en esta costumbre, debemos entender lo que suponía la compra y posesión de una mula en ese contexto histórico, y que sería equipararla en la actualidad a un vehículo multifuncional capaz de participar en la totalidad de tareas que se realizaban diariamente.

El coste de adquisición era disparatado respecto a los ingresos monetarios de las familias de entonces, época en la que primaba el “trueque” como motor de la economía local entre los propios vecinos y los tratantes que acudían a la localidad.

Por ello la adquisición de una mula suponía un endeudamiento por años en la mayoría de las casas del pueblo, y más aún cuando se poseían normalmente dos equinos por cuadra.

La pérdida de uno de estos animales, aun no pagado, podía suponer la ruina irremediable de toda una familia y es por ello del origen y funcionamiento de la Iguala en Codes.


Su antigüedad


Como sucede con todos los aspectos antiguos de los pueblos, y al no existir registros documentales de ello, conocemos cuando acaecen las desapariciones y fines de las costumbres y tradiciones, pero no los orígenes de estas.


Queremos entender que la Iguala, y su comienzo y empleo, proviene de tiempos muy lejanos siglos atrás, caracterizados por el aislamiento geográfico y la continua dureza y precariedad en las que estas sociedades rurales, como Codes, desarrollaban su crecimiento como comunidad, en inversa y más lenta evolución al que se producía en los entornos de las medianas y grandes ciudades, así como en el de los pueblos y aldeas mejor comunicadas.

 

La gestión vecinal de los recursos básicos


De nuevo tenemos un ejemplo de otra “gestión municipal”, por la totalidad de vecinos, de los recursos básicos para el funcionamiento del día a día en nuestro pueblo; aunque en este caso trascendía el interés local y convertía el aspecto privado de la posesión de una mula por una familia en comunitario, primando la solidaridad por encima de los intereses personales y particulares.


"El pueblo ayuda al pueblo y es más fuerte"

 

LA MULA y su impacto en la sociedad de antaño


Antes de entrar en detalle, aclararemos que la mula proviene del cruce entre una yegua y un burro o asno, y que sus características genéticas hacen que este animal sea estéril, no pudiendo tener descendencia entre ellas.

Se adquirían de crías y durante su primer año de vida eran denominadas “muletas”. Una vez pasado este periodo se comenzaba el proceso de doma y aprendizaje, preparándolas así para la intensa y dura vida laboral a la que iban a ser sometidas.


Parte fundamental en cada familia, solían recibir un nombre acorde a su tonalidad, rara vez un nombre propio, la mula “parda”, la “negra” que eran las más, las “tordas” por su color gris o blanco. A aquellas que eran totalmente negras se les denominaba “munías” o/y “moinas” (según a quien le sea preguntado). Otras eran llamadas “castañas”, o la “rola”/“baya” según fuera su intensidad marrón.


Para estos animales era la mejor habitación de la casa, las cuadras, por su amplitud, ubicación y temperatura. Para ese codeño de antes prevalecía que su mula se encontrara en perfecto estado pues era imprescindible en el día a día, y es más: con normalidad era el mejor alimentado para así garantizar su rendimiento, muy por encima de la necesidad de engorde de otro ganado que habitaba en los hogares. La posesión de un “par de mulas” suponía un gran esfuerzo y desembolso económico de las familias por el mantenimiento y cuidado anual de estos animales.


La vida útil de las mulas ascendía fácilmente a diez o doce años, llegando algunas a alcanzar los quince años de vejez.

De dos en dos... en sus tareas agrícolas en las Eras...


En la sociedad del siglo pasado, la mula era utilizada en la totalidad de tareas que requerían de fuerza o resistencia, como medio de transporte, y como parte fundamental de la agricultura manual en la que no existían medios mecánicos.

Tal era la inmensidad de tareas que realizaban las mulas, que alargaríamos sin manera esta narración describiendo sus múltiples trabajos diarios y su amplia cantidad de aparejos claramente diferenciados para cada función a realizar; por lo que sólo citaremos y no profundizaremos en las labores de estos equinos:

  • En tareas de fuerza y resistencia: Ir a por leña y "cambrones", llevar la ropa de las mujeres al Balsón, subir agua de la Fuente de Abajo, ir a por patatas a los campos, para estercolar (sacar “basura” de las Parideras)…

  • Como medio de carga en los desplazamientos: Para ir a otros pueblos a por vino / fruta, llevar el trigo a moler al molino o a Maranchón y subir la correspondiente harina, ir a Judes o Mochales a por yeso para las obras…

  • En la agricultura: Labrar, escardar, arar, trillar, acarrear, llevar las cargas a los domicilios o pajares…

 

El Aparcerar y los aparceros


No todas las casas tenían la oportunidad de poseer dos equinos, pues las condiciones personales de penuria y precariedad alcanzaban más a algunas familias, sintiéndose afortunados con la única pertenencia de una mula; imprescindible en las actividades del día a día, pero insuficiente para la realización de muchas otras tareas en las que era necesario el uso de una pareja de animales.

Por ello era obligatorio acordar con aquellos que se encontraban en su misma situación el uso conjunto de dos mulas, de dueños diferentes, situación que se denominaba “aparcerar”, y siendo llamados “aparceros” los dueños de ambos animales.

Ambos vecinos, ahora socios en la utilización de sus mulas, buscaban siempre que la nueva compañera de su equino fuera lo más mansa y dócil posible, y que ambas se llevaran en perfecta sintonía.


Previo acuerdo de las partes, se disponía un calendario de usos por cada familia. Se turnaban para ir a la tarea según las necesidades de cada uno, hecho que se producía durante la totalidad del año.

 

Los Muleteros de Maranchón


Los Muleteros, en nuestro caso vecinos de Maranchón, fueron los proveedores de mulas en casi total exclusividad a las familias codeñas.

Estos tratantes visitaban Codes al mes o dos meses, o cuando estaban enterados de la necesidad de mula por parte de algún vecino. Subían con al menos cuatro o cinco ejemplares que una vez llegados a nuestra localidad alojaban en la Posada, edificio dotado de las más grandes y mejores cuadras del pueblo, donde se mostraban a los posibles compradores.


Una vez existía acuerdo en la adquisición de la mula, previo pago de una entrada monetaria, se fijaba una financiación por parte de los vendedores, pues dado al gran valor de los animales estos se compraban a plazos, pero eso sí, con el consiguiente elevado interés. No era necesario documento público de la transacción, meramente uno privado iniciado en la mayoría de los casos en un apretón de manos con testigos y que ya era vinculante entre las partes.


Tal era el nivel de vida del que gozaban los muleteros, que para ellos solía estar reservado en la Posada el “mejor bocado del pueblo”, dando cuenta en sus visitas de las piezas de caza cobradas y los pollos y corderos o cabritos criados por las familias de Codes.

 

El procedimiento inicial en la Iguala


El primer paso para su existencia era la formación de una junta de hombres del pueblo, que se iba a encargar de su correcto funcionamiento y gestión, y que eran escogidos por la unanimidad de los vecinos. En su elección primaban sus conocimientos sobre estos equinos y, en gran manera, que destacarán en la comunidad por su “peso” e imparcialidad.


Este grupo de expertos, era conformado normalmente por tres o cuatro componentes que se encargaban de la Iguala, siendo generalmente dos de ellos los que inspeccionaban y tomaban decisión acerca de las mulas, mientras que de los demás únicamente se esperaba su opinión.


Se avisaba por un bando del alguacil el día en el que se iba a realizar el peritaje y visitaban casa por casa para ello. Los vecinos sacaban sus mulas de las cuadras a las calles para que la “junta” las estudiara y diera un valor de tasación, atendiendo en primer lugar a la edad del animal, el trato que había recibido y sobremanera en lo que se refiere a su cuidado y alimentación. Únicamente con mirar los dientes de los equinos llegaban a conocer la edad de las mulas; por la existencia y el tipo de dientes, por su estado y disposición en la boca del animal, permitían a estas personas una estimación certera de su vejez.


Realizada la peritación casa a casa, establecían una tasación individual de la totalidad de mulas del pueblo, que quedaba reflejada en una relación o listado, que se exponía en el Ayuntamiento en una tabla de madera preparada para ello, la cual tenía un gancho de hierro que fijaba los papeles para que no volaran. En ella estaban todos los animales, listados por adra desde la vivienda del “Tío Pablo” y su valor estimado para un año al menos.

Los niños del pueblo no faltaban a su visita del listado, a ver las mulas expuestas, y a ver el valor de las que tenían sus familias.


A quien no cuidara del bienestar de su animal, suponiendo que este desmejorara, podía ser amonestado por la “junta”, amenazándole con disminuir el valor de tasación.

 

Cuando la Iguala entraba a funcionar...


Inicialmente no se cobraba nada a los partícipes de la Iguala. Solamente cuando acaecía el fallecimiento de una mula, era cuando los participantes de esta respondían económicamente para hacer frente a este seguro vecinal.


Una vez certificada la muerte del animal y las causas que la habían ocasionado, y siempre que estas fueran las estipuladas en la Iguala, es decir, un fallecimiento natural o por accidente, en el que no mediara negligencia por parte del usuario, se ponía en funcionamiento el proceso de la Iguala.

Incluso esta cubría los casos de “cólicos”, generalmente acaecidos tras la ingesta de hierbas malas.

Ante dudas existentes en el fallecimiento de la mula era el veterinario el que, a petición de la Junta y si se consideraba necesario, realizaba la autopsia a los equinos, eviscerando al animal para comprobar si tenía lombrices u otras evidencias, pues si el caso era considerado enfermedad se abonaba lo estipulado por el animal.


El objetivo de la Iguala era reintegrar el valor de tasación del animal para ese año, a repartir entre todos los partícipes del seguro, eso sí, siempre acorde al valor de las mulas que cada vecino tenía. A mayor valor de los equinos propios, más porcentaje de participación en el montante económico que se debía restituir al dueño de la mula siniestrada.


El alguacil iba por el pueblo anunciando el día cuando y el importe que se tenía que pagar por la iguala, una vez calculado este por la “junta”.


Lo que se recaudaba no llegaba nunca para pagar una nueva mula, pues al ser un nuevo animal joven siempre era necesario poner mucho más para ello. Cabe decir que eran ya animales entrados en edad los que fallecían y cuya tasación era proporcionalmente inferior al valor de un equino joven. El único beneficio que entraba anualmente en las familias y que provenía de la venta del trigo sobrante, y de corderos/cabritos, rara vez ayudaba y alcanzaba a completar el importe de compra al que ascendía una mula, alargándose varios ejercicios el pago de la adquisición de esta.

 

Desaparición progresiva con la despoblación


Dos fueron las causas simples y principales que poco a poco redujeron la caballería de mulas en las cuadras de nuestra localidad: la introducción progresiva de la agricultura mecánica y en más medida la progresiva despoblación que comenzó a principios de los años cincuenta, lo que hizo inviable el funcionamiento de este tipo de seguro vecinal, pues eran pocos partícipes y mucho importe monetario a repartir entre estos en caso de siniestro.

Tracción animal y tracción mecánica en perfecta convivencia...

 

Las Mulas y su trascendencia en la sociedad codeña


Tal fue la trascendencia de las mulas en esta sociedad antigua codeña que estuvieron presentes en el funcionamiento diario, en la historia y costumbres, y en muchos de los aspectos culturales de nuestra localidad. Sírvase conocer algunos de ellos para entender la importancia de este animal:


La Dula de las Mulas


Los codeños utilizaban esta palabra, la “dula”, para designar la actividad en la que todo el ganado de una especie y existente en el pueblo pastaba conjuntamente, bien al cuidado de una persona elegida para ello o por un correcto turno de adra.


Es un hecho que la existencia de la “dula” de las mulas en nuestro pueblo fue mucho anterior a la que también existió posteriormente para el ganado cabrío. Sólo los más mayores actuales la han llegado a conocer, y sólo de palabra por las historias que sus “abuelos viejos” les narraban cuando eran niños.


Esta tenía una peculiaridad respecto a otras existentes, pues todos los equinos eran despojados de sus ramales y cabezales, reunidos en el Navajo y conducidos por un mulero de esta manera a pastos y monte cercano fuera del pueblo.

Nada tiene que ver la “dula” respecto a cuando se soltaban los animales los domingos a pastar por las eras del pueblo, día de “descanso” para las familias. En esa situación los animales eran trabados de las patas delanteras por sus dueños, de manera que quedaba limitado su desplazamiento al pasto en esta zona del pueblo.


Se celebraba la FESTIVIDAD de SAN ANTÓN


Según la tradición, los campesinos rogaban a San Antón para que protegiera a sus ganados de las enfermedades y de bestias depredadoras y, como no podía ser, los codeños temerosos acudían cada 17 de enero a recibir la bendición del Santo a través de un sacerdote en la ermita del pueblo. Ese día no trabajaban las mulas y se les llevaba al templo situado a las afueras del pueblo, al que daban tres vueltas.

La idea popular y el miedo a perder el animal hacia que nadie faltara a la cita.


La mula se monta sólo a “CARRAMANCHÓN” por los hombres

La costumbre dictaba que este animal únicamente lo montaran de forma “ensillada” los hombres del pueblo, lo que se denominaba por los codeños como montar a “carramanchón”, mientras que las mujeres del pueblo lo montaban con las piernas juntas en “silletas” que se situaban en los laterales de la mula.

No es que fuera una prohibición para las mujeres, pero las estrictas obligaciones morales de la época y que entonces la vestimenta de las mujeres fueran faldas, les restringía culturalmente a estas la monta ensillada y lógica en un equino.


Cuando MORÍAN las MULAS...


Acaecido el fallecimiento del animal se llevaba este arrastrado por otras dos mulas a los “Picones”, en el camino del Llano a las afueras del pueblo, donde los buitres acudían a darse un festín bajo la atenta mirada de los niños valientes del pueblo, que desafiaban el miedo ante tal espectáculo carnívoro y la amenaza que suponía estar tan cerca de estas aves. En esta peculiar forma de entretenimiento infantil no faltaba día en que los buitres intentaran perseguir a los pequeños, que vara en mano, y antes de que las aves levantarán el vuelo en su dirección, atizaban a estas aves que reculaban a defender su alimento a pie de presa. Apenas un día tardaban estos depredadores en dar cuenta de los restos del animal muerto.

Nos cuentan los entonces niños del pueblo que los huesos de los equinos eran vendidos por los jóvenes del pueblo, junto con latas, herraduras y trapos, al tratante conocido como el “Valenciano”, para así conseguir “cuatro perras”.


Las amigas de los niños codeños


Aquellos que nos narran sus vivencias y que entonces eran niños de edad, que no en sus actividades y obligaciones diarias, nos hablan de estos animales con verdadera devoción y cercanía. Desde muy pequeños entraban en contacto con las mulas, encargándose como el resto de los miembros de la familia de su cuidado y atención, y ambos, niños y mulas, en perfecta sintonía, realizaban aquellas duras tareas que se les encomendaban. No es de extrañar que fueran perfectos conocedores y amantes de sus animales, y que montaran estos tal adulto.


Las MULAS no estaban MARCADAS


Era sorprendente el no ser necesario marcar las mulas con el herraje familiar pues, pese al gran número de animales, estos eran diferenciados muy bien por sus dueños, no sólo por su color y aspecto, sino incluso por la forma característica de su caminar.


Existían codeños capaces de identificar a sus animales aun no viéndolos, únicamente con el sonido y cadencia de sus cascos en el andar, pues rara era la mula con un “paso llano” o normal, siendo muy particular y distinto al de las demás compañeras del pueblo.


Las afueras del pueblo estaban repletas de MULADARES


Entendemos como “muladar” el lugar, en las eras y terrenos propios a las afueras del pueblo, donde cada familia almacenaba en pequeños montículos las deposiciones de las mulas que se acumulaban en las cuadras de las casas.

Anexos al “camino municipal del Llano”, existían numerosos cerrillos de esta “basura” tal y como es denominada por los codeños, destinada al uso futuro como abono en las tareas agrícolas, y que para muchos mayores, aun hoy, se sigue considerando como: “la única riqueza que se tenía”.


BURROS y YEGUAS, CARROS y CARRETAS en Codes


Además de toda la caballería de mulas en el pueblo, cercana al centenar y medio de unidades en sus mejores tiempos, existían otras más pequeñas de burros y yeguas.


En el primero de los casos, y a mediados del siglo pasado, existían de seis a ocho burros, los cuales hacían todas las tareas de carga de las mulas, exceptuando las agrícolas.


Y en el caso de las yeguas, eran tres las conocidas en la última época: la del Joaquín Lorrio, el Apolinar Rodrigo y el Juanillo Martínez. Eran utilizadas por sus dueños para pasear y como medio de transporte, aunque si la situación lo requería más de una llegaba a ayudar en algunas de las obligaciones reservadas a sus compañeras las mulas.

Respecto a la existencia de carros y carretas en nuestro pueblo citar que sólo eran dos los que podemos contar. Pertenecientes a Apolinar Rodrigo y al “Tío Carpintero” (Julián Vela), eran el único medio exclusivo para la realización de muchas de las tareas de carga necesarias en el pueblo.




Existe un “RISCO del CABALLO”


Tal era la importancia de un equino para la sociedad de mediados del siglo pasado, que tras la guerra civil deambuló durante un tiempo un caballo por el término de Codes. Dice la cultura popular de entonces que quizás este era perteneciente a un Guardia Civil participe del enfrentamiento ya finalizado.


Acordado por los habitantes del pueblo se decidió a apresar y darle uso común, siendo acorralado en un alto por la muchedumbre, incluidos los que eran niños y que ahora nos lo narran, en el paraje conocido como “olla de las Cuevas”.

Aun asegurada la zona con cuerdas, el caballo sintiéndose amenazado optó por saltar al vacío falleciendo en la caída, y pasando esta historia de entonces a una anécdota a contar por los muy mayores actuales del pueblo.


Las ÚLTIMAS MULAS en el pueblo


Finalizaban los años sesenta del pasado siglo cuando ya era total la irrupción de las nueva maquinaria, dígase tractores y segadoras, en las labores agrícolas del campo.

Con estos cambios se aproximaba el irremediable final de las mulas como animal imprescindible para las familias que aun habitaban Codes. A partir de entonces los animales que quedaron pasaron a mejor vida, únicamente para tareas de carga, como cuando subían el agua de la Fuente, mejorando así su merecida jubilación.

 

En las Eras con la Ermita al fondo


Todo lo narrado nos lleva a una clara conclusión en la que la mula fue una “piedra” angular en el desarrollo y avance del antiguo Codes. Podemos considerar que con su trabajo contribuyeron de manera fundamental a la construcción y afianzamiento de la “sociedad municipal” que regía el funcionamiento de nuestro pueblo.

Su trascendencia se ampliaba aún más en el ámbito familiar, del que este preciado y querido animal formaba parte a todos los efectos, considerándose uno más del hogar.


Por ello no nos puede extrañar la creación de la Iguala y que este seguro fuera comunitario, basando su existencia en un sentimiento de ayuda y solidaridad entre todos los vecinos de la localidad.


Ya sólo nos queda el recuerdo y con él un ejemplo de convivencia ya perdido, envidia de las actuales normas y comportamientos que rigen nuestra sociedad moderna...


 

Referencias / Bibliografía / Agradecimientos:

- Agradecimiento a todos aquellos que con sus vivencias infantiles y ya adultas han hecho posible este artículo: Carmen y Valentín, Anselmo, y como no y como siempre... a MIS PADRES.

- Agradecimiento a Valentín Lorrio por compartir su fotografía (joven montando mulas a la entrada del pueblo).

- Agradecimiento a Anselmo Lope, gran amante de estos animales, por su imagen de niño a mula y por compartir sus vivencias.

- Agradecimiento a Ambrosio Martínez, por compartir sus imágenes familiares, publicadas en el libro "MI QUERIDO CERRO"

- Agradecimiento a Fernando del Moral por su imagen (niño en mula montando a "carramanchón")

- Imagen "MULETERO MARANCHONERO" - Se desconoce autor

- Imagen Apolinar Rodrigo con su carro y mulas, en Exposición sobre "Costumbres", organizada en Fiestas por las mujeres del pueblo (2009).

- Imágenes de tareas agrícolas en las Eras, "mujer con pañuelo" y "mulas y tractor", pertenecientes al fondo fotográfico de la Asociación Cultural Amigos de Codes, provenientes de la Exposición realizada en 1998.

 

Artículo registrado en el Registro de la Propiedad Intelectual de

Safe Creative con código 1811189082942

 

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